El país charrúa fue tomado como modelo por la baja cantidad de contagios y muertes por Coronavirus que tuvo durante el 2020. Pero ahora el escenario explotó y llegó a tener la mayor cantidad de casos cada 100.000 habitantes de América Latina. La situación hospitalaria está delicada y se conoció un documento del Comité de especialistas que asesora al Gobierno para fijar las prioridades sobre a qué pacientes elegir si colapsan las UCI.
Por Gabriel Michi
Fue el modelo a seguir. El que todos miraban con admiración. Algunos incluso con envidia. Pero todo eso acabó. Uruguay, país de 3 millones y medio de habitantes, había logrado surfear la Pandemia del Coronavirus con gran templanza y poca incidencia en su población. Así fue durante todo el 2020, el año en que el COVID 19 atravesó cada frontera. Los primeros casos positivos fueron detectados el 13 de marzo, apenas unos días después de sus dos naciones vecinas, Brasil y Argentina. Y el 28 de marzo se confirmaría el primer fallecido: el ex juez de la Corte Electoral, Rodolfo Rosales Rissotto.
Pasaron los meses del 2020 y Uruguay conservaba la situación controlada. Y consiguió seguir así hasta comienzos de diciembre. A partir de ese mes la curva ascendente se aceleró de manera estrepitosa. Hasta mediados de enero de 2021 cuando dio un respiro y descendió un poco, aunque manteniéndose en un nivel elevado. Ese pequeño respiro duró apenas un mes. A mediados de febreros de 2021, la curva se disparó escandalosamente, hasta llegar a fines de marzo a un promedio de más de 2.000 contagios registrados diarios y casi 20 muertos por jornada. Hasta el cierre de esta nota, Uruguay llevaba acumulados 100.000 contagios y cerca de 1.000 fallecidos. La tasa de nuevos contagios cada 100.000 habitantes superó a todo el resto de Latinoamérica. Y, de pronto, la luz de alarma se encendió con fuerza. Según los especialistas, el relajamiento de la sociedad pasado el tiempo de las cuarentenas duras, las reuniones para las fiestas de fin de año, los períodos vacacionales, los descuidos por la propia situación favorable de este país, sumado -más acá en el tiempo- a la aparición de cepas más contagiosas y la esperanza por la llegada de las vacunas, pudieron haber colaborado para que esta explosión se produzca.
El país que no había sufrido la primera ola -pese a que todo el resto sí- debutaba tardíamente en esa indeseada experiencia. Esa eclosión de casos en tan poco tiempo puso al rojo vivo a su sistema sanitario. Y lo llevó casi al límite del colapso. En particular con el ingreso de las cepas llegadas desde Brasil, la P1 (de Manaos) y la P2 (de Río de Janeiro), ya que son mucho más contagiosas. Eso puso a las autoridades en alerta y la preocupación creció en el mundo sanitario. "Estamos en el peor momento de este año de Pandemia. Tenemos la mayor cantidad de casos activos y tenemos la mayor cantidad de pacientes ingresados a Terapia Intensiva", señaló Julio Pontet, Presidente de la Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva. "En este momento tenemos más de 300 pacientes ingresados y para nosotros es la máxima cantidad esperada. Hemos puesto en marcha un plan de contingencia para aumentar la cantidad de camas y los recursos humanos para contener estos aumentos", sostuvo Pontet.
Los números del 31 de marzo ratifican sus dichos: en total en Uruguay hay 52 Unidades de Cuidados Intensivos con 858 camas; de esas hay 584 ocupadas (68%), por lo que quedan disponibles 274. Pero lo más preocupante es la velocidad de ocupación por COVID 19 (331 en total en este momento: sólo en esta jornada hubo 44 ingresos, 6 altas y 13 fallecimientos. O sea que en sólo 24 horas se ocuparon 23 camas. Y sólo manteniendo ese ritmo, en apenas 12 días, para el 11 de abril, ya no contarían con más disponibilidad en las UCI de todo el país. Salvo que se desacelere esa curva y/o se habiliten nuevas Unidades de Terapia Intensiva, tal como lo prometió el gobierno de Luis Lacalle Pou.
El intensivista Pontet explicó que, según los estándares internacionales, se encienden las luces de alerta cuando el 35% de todas las camas en las Unidades de Cuidados Intensivos estén ocupadas por pacientes con COVID 19. Uruguay, a fines de marzo de 2021, ya había superado ese porcentaje (39%). La otra variable es que haya más del 85% del total de camas ocupadas en las UCI por cualquier causa. Uruguay hoy está cerca del 70%. "Y el otro indicador de saturación está dado por la imposibilidad de aumentar el número de camas en las Terapias Intensivas. En estos días eso se está haciendo, y se van a aumentar entre un 5 y un 20% a las que teníamos hasta ahora. Pero hasta el momento se han necesitado hacer algunos traslados de una institución a otra. No ha habido un colapso del sistema. Todos los pacientes han sido atendidos y no hay lista de espera para ingresar a las terapias Intensivas. Eso no ha ocurrido", aclara el especialista.
Desde el 10 de marzo, en Uruguay se triplicó el número de pacientes en las Unidades de Cuidados Intensivos. "Eso está relacionado también con la variante P!, la cepa de Manaos que ha llegado desde Brasil, por la zona norte de nuestro país. Es absolutamente necesario disminuir la transmisión comunitaria del virus para, de esa manera, disminuir la cantidad de pacientes graves que necesiten de las camas de Terapias Intensivas", explica Pontet. Él, como muchos de sus colegas, cree que "con las medidas de contención únicamente se van ocupando las camas y no vamos a contener esta avalancha de pacientes y eso está fundamentando la necesidad de frenar la transmisión comunitaria del virus".
La frontera seca que Uruguay tiene con Brasil resultó una suerte de "autopista" para que las cepas que se generaron en el gigante de Sudamérica (además de la de Manaos, está la de Río de Janeiro, conocida como P2) hiciesen pie en territorio charrúa. "Es muy dificultoso. Hay ciudades que son binacionales, atraviesan la frontera. Donde la gente puede vivir en un lado y trabajar o hacer las compras del otro con total naturalidad. Es realmente difícil contener la interacción social que se da en esos lugares", explica el especialista.
Si bien Uruguay empezó más tarde a vacunar que otros países de América Latina, lo cierto es que adquirió una velocidad admirable en la materia. Cada día aplica dosis de la vacuna china Sinovac y, en mucho menor medida, la de Pfizer, al 2% de su población. Son casi 60.000 personas por día en un país de 3,5 millones de habitantes. Hasta el momento se han aplicado casi 600.000 dosis, lo que equivale a cerca del 20% de su población. El 80% fueron de la Coronavac (Sinovac) y el 20% de la de Pfizer-BioNtech.
El fantasma de la última cama
Si hay algo que quita el sueño al personal sanitario de todo el Mundo es tener que llegar al denominado "dilema de la última cama". Es decir, a tener que elegir a qué paciente darle una cama con respirador y a cuál no, ante la posibilidad de la saturación del sistema de Cuidados Intensivos. Ha habido varios lugares en distintos países que en algún momento de la Pandemia de COVID 19 llegaron a esa situación extrema. Y nadie la quiere tener que enfrentar.
En las últimas horas trascendió que la Mesa Coordinadora Nacional de Centros de Cuidados Críticos de Uruguay, creada el 21 de enero, elaboró un protocolo que establece cuáles deberían ser los criterios de priorización de ingreso de pacientes a las UCI. En la elaboración del documento participaron también distintas oficinas del Ministerio de Salud Pública. Allí aclaran que lo hacen “guiados por la máxima del respeto a la dignidad de las personas y por los principios bioéticos que tienen un rol preponderante en la actividad asistencial que desarrollan los profesionales de la salud, en estos momentos de crisis sanitaria y alta demanda de asistencia en las Unidades de Cuidados Intensivos, se hace necesario realizar estas recomendaciones”. Y, entre los puntos principales, además de sostener que "el objetivo de las mismas es optimizar los procesos asistenciales en el escenario de saturación del sistema y de disponibilidad limitada de camas en las UCI", señalan:
- Se debe “seleccionar y priorizar a los pacientes con mayor probabilidad de beneficiarse del ingreso a UCI”.
- El documento establece un “modelo de priorización” que “toma en consideración la enfermedad aguda, la enfermedad de base o comorbilidades y sus posibilidades de revertir” y define cuatro niveles de prioridad:
A) "Pacientes de prioridad 1": Deben ser ingresados a una Unidad de Cuidados Intensivos y recibir un "tratamiento pleno”. Allí entrarían los que son “agudos, críticos, recuperables”.
B) "Pacientes de prioridad 2": Son aquellos considerados “inestables”, que “requieren monitorización y eventual intervención inmediata”, y entre otras cosas “presentan altos requerimientos de oxigenoterapia”. Se recomienda que estos usuarios “ingresen a áreas de ampliación de cuidados intensivos o áreas de cuidados intermedios”.
C) "Pacientes prioridad 3": Son los que tienen “poca posibilidad de recuperación por enfermedad base o severidad aguda”
D) "Pacientes de Prioridad 4": son aquellos con “expectativa de vida de menos de seis meses” por enfermedades oncológicas avanzadas o terminales.
Los considerados de prioridad 3 y 4, señala el documento, deberían recibir asistencia “en áreas de cuidados moderados” y se sugiere que “no se los considere candidatos al ingreso a UCI ni a la ventilación mecánica invasiva”.
Si bien la crudeza de este protocolo golpea la sensibilidad de todos, los expertos dejaron asentado que: “todos los pacientes deben ser asistidos” ya que es un derecho humano. Pero señalan que “esa asistencia será proporcional a las necesidades y de acuerdo a las posibilidades reales de recursos, procurando siempre actuar por el bien del paciente y dentro del respeto por la dignidad de la persona”.
Obviamente frente a este escenario tan extremo, donde la elegibilidad de los pacientes se vuelve una cuestión literalmente de vida o muerte, debe haber mucha rigurosidad en la clasificación que se realice en el "triage" para determinar quien tiene la chance o no de acceder, nada más y nada menos, a una cama de Cuidados Intensivos, ya sea que lleguen por COVID 19 u otras patologías.
Pero hay un dato alentador: la edad no sería un filtro planteado de antemano: “La edad per se, como limitante para ingresar a UCI, sólo debe ser considerada en última instancia en caso de completa”. Ahora bien, quien finalmente logre su lugar en las Terapias Intensivas no necesariamente lo tendría asegurado por todo lo que dure su internación. El protocolo señala que necesario que se “revaloren pacientes ya admitidos” para “maximizar” los recursos. Y que “la obstinación terapéutica, prohibida por ley, nunca debe ser empleada, resulta especialmente rechazable e inmoral en circunstancias de saturación del sistema”. Toda decisión tomada al respecto debe ser “debidamente documentada e informada a la familia”. Hay una consideración que seguramente generará mucha polémica y es aquella que señala la posibilidad de que se termine priorizando al paciente de acuerdo a su trabajo o profesión y el rol que ocupan en la sociedad en un contexto de Pandemia. El documento sostiene que se debe “dar prioridad a los grupos que toman riesgo para asistir”. Por ejemplo, “los trabajadores de la salud constituyen una población de riesgo". Y se menciona que “otros grupos también deben ser considerados (policías, por ejemplo) de acuerdo a su función en el contexto sanitario”. Si no aparecen ninguna de todas las diferencias antes mencionada y dos pacientes se enfrenten a un sólo lugar en una cama de Cuidados Intensivos, se debería “optar por el orden de llegada en base a la experiencia nacional”. Y, en el documento, lo dicen así: “Primero llegado, primero servido”.
También se señala la necesidad de sostener los cuidados paliativos: "La calidad de vida en los últimos momentos de la vida y una muerte digna es uno de los objetivos básicos de la medicina y parte fundamental del derecho a la salud”. Y algo que fue un enorme tema de debate por la contagiosidad del Coronavirus: la posibilidad de que las familias puedan despedirse de la persona que agoniza. El protocolo expresa que se debe “permitir que el paciente pueda despedirse de sus seres queridos”. Y, para eso, “las instituciones deben adaptar las condiciones y aplicar protocolos que eviten o disminuyan las posibilidades de contagio, aun en situación de Pandemia”. Este documento, una vez aprobado, fue enviado por el Ministerio de Salud Pública a todos los prestadores del Sistema Nacional Integrado de Salud y a los directores departamentales.
Describir todo esta realidad en un país que había sido tomado como un modelo en la prevención de la Pandemia parece de ciencia ficción. O de novela negra. Pero, lejos de eso, es una triste realidad. Desafiante. Atemorizadora. Y sorpresiva. La historia de cómo Uruguay pasó de ser un ejemplo a enfrentar el peor de los fantasmas: el de la última cama.
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