El gigante de los parques temáticos y el entretenimiento entró en guerra con el gobernador de Florida, Ron DeSantis, por el rechazo a una polémica ley que limita la educación sobre la diversidad sexual en las escuelas. Ahora el republicano quiere sacarle todos los beneficios impositivos y la condición de ser una especie de Estado autónomo que ostenta desde 1967.
Por Gabriel Michi
"Un mundo ideal..." suena a repetición en los parlantes de los parques. Con una música suave y un contexto onírico. Lleno de fantasías infantiles. Potenciado por una industria que supo cómo crearlas. Y retroalimentarlas. Lejos de todo conflicto. Con una esterilidad exenta de cualquier contaminación externa. Indemne a las vicisitudes mundanas del "mundo real". Un espacio imaginario en el que Disney supo ser Disney. Pero ese "mundo ideal" que la empresa Disney busca emular en sus creaciones y en sus gigantescos parques temáticos, hoy parece chocar con otro tipo de universo. Un universo mucho más real y áspero: el de la política. La compañía ha entrado en una guerra sin cuartel con el gobernador de Florida, el conservador republicano Ron DeSantis, por una polémica ley que busca la limitar la educación sexual en las escuelas, en especial en los aspectos referidos a la diversidad. Esa iniciativa de los republicanos, que le pone límites a los profesores sobre estos temas y que le abre la posibilidad a los padres de iniciar reclamos si se avanza en ese sentido, es conocida como la ley "No Digas Gay", y está generando un descarnado debate social.
Y la empresa Disney, que en un principio había hecho silencio frente a la normativa, luego de las presiones y huelgas de su personal para que siente una posición y deje de dar apoyo económico al Partido Republicano de Florida, tomo esa bandera y salió al cruce del gobernador. Eso "nunca debió ser aprobado" señaló el presidente ejecutivo de Disney, Bob Chapek, en defensa de los derechos de la comunidad LGBTIQ+, luego de pedir disculpas por la demora en la reacción. Pero fue más allá: anunció que se cancelaban los millonarios donativos políticos en Florida (incluido al propio gobernador), y ese dinero lo destinará a grupos que combatan medidas similares en otros Estados.
El gobernador DeSantis, enfurecido, contratacó y envió al Parlamento local un proyecto para acabar con el régimen especial del que goza Disney desde el año 1967. Pese a ser el mayor empleador privado del Estado (con 60.000 puestos de trabajo) y a generar muchísimos ingresos ya sea en materia de impuestos o por el turismo que mueve, la bronca del mandatario hacia Disney parece haber desatado una escalada que nadie se anima a predecir adonde terminará.
Con su iniciativa el republicano quiere quitarle una autonomía que le permite a la compañía tener su propia forma de administrarse, con servicios propios de recolección de basura, bomberos y atención médica, tratamiento de sus aguas residuales y el mantenimiento de sus carreteras. Todo eso dentro de un espacio gigantesco de 110 kilómetros cuadrados (la mitad de toda la Ciudad de Buenos Aires) conocido como Reedy Creek, que atraviesa dos condados, Orange y Osceola. El enorme complejo de Walt Disney Word tiene dos ciudades en su interior, Bay Lake y Lake Buena Vista. El predio de Reedy Creek, donde se ubican sus cuatro parques de diversiones y sus dos parques acuáticos, además de todos sus complejos hoteleros y gastronómicos, es atravesado por 280 kilómetros de rutas y autopistas y más de 100 kilómetros de vías navegables. Para su seguridad interna, contrata los servicios policiales de los condados donde se asienta, contando con códigos propios. Es más, es tal el grado de independencia y autonomía que el distrito obtuvo el derecho de emitir deuda y cobrar impuestos.
En Reedy Creek viven empleados de Disney y sus familias. Según un artículo del Orlando Sentinel: “cada [familia] es propietaria de su casa móvil y paga a Disney US$ 75 al mes por el alquiler del espacio del lote. A cambio, los vecinos aportan los votos necesarios en cuestiones como la aprobación de emisiones de deuda para las mejoras del parque”.
Toda esa "autogestión" hoy entraría en peligro si la propuesta de DeSantis logra el aval de ambas cámaras legislativas y si no llega a un acuerdo con el gigante del entretenimiento. La Ley de "Derechos de los Padres en la Educación", tal como la promocionaron los republicanos de Florida, o “No Digas Gay”, como la denominan sus detractores, se tradujo en una disputa de alto voltaje.
Nunca desde su inauguración, el 1 de octubre de 1971, Disney atravesó una situación de semejante tensión política. Siempre su actitud de mostrase prescindente de cualquier tipo de conflicto le sirvió para seguir creciendo hasta legar a casi 160 millones de visitantes por año en todos sus complejos a lo largo del Mundo y más de 20.000 millones de dólares de facturación. Su base más importante es la de Orlando, aunque Disneyland (en Anaheim, California) se creó mucho antes y comenzó a funcionar el 17 de julio de 1955 . Y es allí justamente, en Orlando, donde explotó esta bomba política con el gobernador DeSantis que señaló "Disney se pasó de la raya". Atrás quedaron esos tiempos de paz y conveniente convivencia. Esa escenografía de fantasías y sueños. Ese "mundo ideal" que la compañía supo construir. Y que hoy choca con las vicisitudes del "mundo real". Así llegó el día en que Disney dejó de ser Disney.
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