Una impresionante seguidilla de accidentes ferroviarios despierta el alerta sobre qué está pasando en la principal potencia del Mundo. La búsqueda por reducir costos y maximizar ganancias parecen ser la clave para explicar una realidad que pone en peligro a la población.
Por Gabriel Michi
Fue uno tras otro. En lo que se supone que es uno de los medios de transportes más seguro del Mundo. Y en la principal potencia del Mundo, que se supone que debería tener todos los recursos para evitar que eso ocurra. En EE.UU. se desató en los últimos meses una ola de accidentes ferroviarios, la mayoría de ellos de enormes formaciones de carga que en algunos casos llevaban material sumamente peligroso. El más fuerte y que despertó todas las alertas fue el del 3 de febrero con un tren en Ohio que, con 150 vagones, protagonizó un grave accidente mientras transportaba productos químicos tóxicos, lo que obligó a la evacuación de miles de personas de una pequeña población llamada East Palestine. Después de ese dramático episodio se hizo pública una seguidilla de otros accidentes que se dieron a lo largo y ancho de los EE.UU. durante las semanas subsiguientes. Y allí comenzaron las preguntas: ¿Qué está pasando con los trenes en ese país? ¿Qué está fallando para que se repitan tantos incidentes en uno de los medios más seguros del Planeta? ¿Es negligencia, conspiración o simplemente la consecuencia de un abaratamiento de costos que pone en peligro a la población y los trabajadores ferroviarios?
Y todo parece converger en esta última opción. Es decir, una combinación de deterioro en el mantenimiento del material ferroviario (tanto vías, como trenes) con la idea de maximizar recursos con menos dinero haciendo que cada formación tenga kilómetros y kilómetros de largo -potenciando los riesgos- para abaratar costos tanto en materia de los viajes que se tienen que hacer, como en el personal que se emplea.
Lo concreto es que sólo en los tres primeros meses de 2023 hubo una docena de accidentes ferroviarios en los Estados Unidos. La Agencia de Estadísticas de Transporte registra 54.539 descarrilamientos de trenes entre 1990 y 2021, un promedio de 1.704 por año, aunque con pocas víctimas fatales: un promedio de 4 muertos cada año. Es más, en Ohio mismo ya había habido otro episodio el 19 de enero entre las localidades de Trinway y Adam’s Mill. En ese caso la formación tenía 97 vagones y medía 2 kilómetros de largo, pero los vagones estaban vacíos, por lo que no hubo fugas de carga ni tampoco nadie resultó herido.
También hubo una saga de accidentes de trenes este año en Carolina del Sur. El primero ocurrió el 9 de enero en Lake City: el segundo el 21 de enero cerca de Loris; y el tercero el 12 de febrero en las proximidades de Enoree. A esos hay que sumar otros dos ocurridos en la zona rural de California, uno en el área metropolitana de Detroit y Filadelfia y otros en Alabama, Alaska, Luisiana y Texas. De todos, el accidente más grave fue el de East Palestine, con su contaminación tóxica en tierra, aire y agua.
Aquel episodio del 3 de febrero, cuando 38 vagones de Norfolk Southern —10 de los cuales transportaban materiales peligrosos a través del país— se salieron de los vías, despertó todas las luces de alerta. Luego se sabría que el accidente se produjo por un eje roto. De milagro nadie resultó herido pero más de 2.000 residentes de East Palestine (de un total de 4.800) tuvieron que ser evacuados por el potencial peligro para su salud.
Los expertos ferroviarios argumentaron que ese accidente fue el resultado inevitable de medidas de seguridad menos estrictas y mano de obra reducida, parte de un esfuerzo por maximizar las ganancias de las compañías ferroviarias. Y entre esas prevenciones que fallaron incluso desnudaron la falta de frenos neumáticos controlados de forma electrónica, recurso que fue establecido como algo obligatorio en todos los trenes con sustancias peligrosas desde la presidencia de Barack Obama, pero que quedó sin efecto en 2017 durante el mandato de Donald Trump.
El Sindicato de Trabajadores Ferroviarios denunció que las compañías del sector están utilizando una política llamada "Precision Scheduled Railroading" ("Ferrocarril Programado de Precisión"), que organiza la programación de carga en función de vagones individuales, en lugar de considerar el equilibrio del tren como un todo. Eso, según el sindicato, produce una mayor inestabilidad en las formaciones, especialmente si son muy largas. El sindicato argumentó que la práctica puede haber jugado un papel y podría contribuir a futuros accidentes al dejar de lado las preocupaciones de seguridad.
Para intentar ahuyentar los fantasmas que aparecieron con estos derrames tóxicos desde la Asociación de Ferrocarriles Estadounidenses señalaron que el 99,9% de todos los envíos de materiales peligrosos llegan a sus destinos de manera segura. Y que sólo en 11 oportunidades se soltaron sustancias tóxicas porm accidentes de trenes en EEUU durante 2022. Y sitúan que es muy poco si se tiene en cuenta que las formaciones ferroviarias recorrieron el año pasado unos 861 millones de kilómetros sin mayores percances.
Sobre el accidente en East Palestine, el senador demócrata por Ohio Sherrod Brown afirmó que ese Estado sufrió cuatro descarrilamientos en los últimos cinco meses. Y cuestionó a la empresa que opera ese tren: “Los ferrocarriles tienen que responder a muchas preguntas y no lo han hecho muy bien”, dijo.
Por su parte, el premio Nobel de Economía Paul Krugman señaló que ese siniestro fue protagonizado “por una empresa ferroviaria del sector privado, que circulaba en vías de propiedad privada, y que cabildeó contra normas de seguridad más estrictas”. La existencia de obsoletas infraestructuras de transporte y el fuerte lobby como la enérgica resistencia a invertir en los cambios necesarios son una amenaza para todo el sistema y para la población.
Desde los organismos de control de ese sector se viene insistiendo en lo peligroso que resultan los trenes de largas dimensiones y que son mucho más proclives a descarrilar. Por eso tanto esos entes como los propios sindicatos reclaman también que las compañías inviertan en capacitación y en procedimientos operativos que disminuyan los riesgos. La Administración Federal de Ferrocarriles le está pidiendo a las empresas que intenten limitar el tamaño de sus trenes, que habitualmente suelen tener más de 3 kilómetros de largo. Un recaudo que se está solicitando que se se garantice que las locomotoras no pierdan la comunicación con los dispositivos al final de los trenes, para poder activar los frenos de emergencia en caso de necesitarlos.
Si bien esas recomendaciones existen, todavía no hay ninguna normativa que restrija la cantidad de vagones y el largo de las formaciones ferroviarias. Ese agujero es aprovechado por las compañías para usar trenes cada vez más más largos, empleando a menos cuadrillas y mecánicos. Todo sea para abaratar costos y maximizar las ganancias. Aún a costa de poner en peligro a toda la población. Porque, además, los trenes largos pueden bloquear los cruces durante largos períodos de tiempo, dificultando el paso de los bomberos, la policía y las ambulancias. Y poniendo en riesgo también a los peatones que arriesgan sus vidas arrastrándose debajo o a través de trenes detenidos que podrían comenzar a moverse sin previo aviso. Y a los conductores impacientes de vehículos que, ante la inminencia del paso de una de esas kilométricas formaciones, se quieran anticipar utilizando riesgosas manobras que pueden poner en peligro sus vidas y las de terceros.
Frente a todo eso distintos Estados están proponiendo límlímites en el tamaño de los trenes: Arizona, Iowa, Kansas, Michigan, Nevada y Washington. Sin embargo todo esfuerzo parece poco frente a la desmedida ambición empresaria. Esa ambición que oculta las verdaderas razones de la ola de descarrilamientos de trenes en los Estados Unidos. Esa ambición que pone en peligro al resto de los mortales.
Comments