Tras 20 años de la guerra más larga de su historia, las tropas de la principal potencia del Mundo, junto a sus aliados de la OTAN, abandonaron Afganistán y lo dejaron nuevamente en manos del régimen talibán. Cientos de miles de muertos, heridos y desplazados, además de billones de dólares tirados, son muestras categóricas del fracaso de su política de ocupación.
Por Gabriel Michi
La imagen verdosa, tomada desde un dispositivo de visión nocturna, se convirtió en un ícono de un nuevo fracaso. La fotografía del mayor general Chris Donahue, caminado en la noche de Kabul, hacia el avión militar que lo conduciría de vuelta hacia los Estados Unidos, sintetizó el final intempestivo de una "aventura" muy costosa, en dinero, pero sobre todo en vidas. Los pasos de Donahue en la pista de aterrizaje del Aeropuerto de Kabul hacia el carguero C-17, en la noche del 30 de agosto de 2021, un día antes de lo previsto, era la del último militar norteamericano que abandonaba Afganistán, tras 20 años de la guerra más larga que encabezó EE.UU. El comandante de la 82.ª División Aerotransportada del Ejército -la misma que tuvo un rol protagónico en el Desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial- ponía fin así a la ocupación de la OTAN en el país asiático cuyos habitantes resistieron a tres imperios: el británico, el soviético y el norteamericano. Pero ahora esa retirada, encima, dejó el poder en manos del régimen talibán, el mismo que habían ido a derrocar en 2001, tras los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono.
Como un hecho también muy simbólico, junto al último soldado en abandonar el territorio afgano iba el embajador norteamericano en Kabul, Ross Wilson, ícono político del tramo final de la ocupación. Y el resto de su Unidad que acompañó a Donahue hasta los últimos días. Así se cerraba la cortina de esta invasión militar -señalada por los norteamericanos como una búsqueda de "democratización"- que llevó a ese país lejano a unos 800.000 miembros del Ejército de EE.UU. y que se cobró la vida de 2.474 militares propios. Pero las cifras son mucho más dramáticas.
Los cálculos más conservadores señalan que en estos 20 años de guerra en Afganistán murieron entre 150.000 y 200.000 personas. De ese total, 66.000 fallecidos corresponden a tropas afganas, 51.000 bajas se dieron entre los milicianos talibán y unos 60.000 civiles fueron los que perecieron. La Guerra también dejó una dramática emergencia humanitaria, con más de 3,5 millones de desplazados dentro del propio Afganistán y otros 2,6 millones que se debieron exiliar.
Desde lo económico, EE.UU. dice haber gastado más de 2,3 billones de dólares en esta "empresa" de la que hoy deserta rápidamente, pese a que las negociaciones por la retirada ya habían comenzado mucho tiempo antes. Por ejemplo, en las conversaciones que el gobierno de Donald Trump mantuvo en Doha, Qatar, con los representantes del talibán. Pero todo se precipitó en las últimas semanas, cuando vieron como caía una ciudad tras otra en manos del régimen que se habían propuesto derrotar y que gobernó con mano de hierro Afganistán entre los años 1996 y 2001. Pese a que los informes de la Inteligencia norteamericana señalaban que Kabul iba a tardar tres meses en caer, ya que el talibán debería vencer a las Fuerzas Armadas afganas que, con 300.000 hombres, había sido formada por la OTAN, lo cierto es que la capital fue conquistada en menos de una semana. Los militares entregaron sus armas y se fueron a sus casas sin oponer mayor resistencia. Algunos abandonaron el país o se refugiaron en la región de Panjshir, la única que aún combate contra el talibán. Y el Gobierno afgano desapareció. Es más, el Presidente de entonces, Ashraf Ghani, se escapó con su familia a Emiratos Árabes Unidos y, según distintas fuentes, lo hizo con casi 170 millones de dólares en su aeronave. Ese gobierno, como los anteriores, fue visto por años como una suerte de "títere" de los intereses de Occidente. Otra muestra más del fracaso de EE.UU. y sus aliados.
La retirada, negociada por Trump y concretada por Joe Biden, encima se tiñó de sangre con los atentados que dejaron más de 180 muertos y que fueron llevados a cabo por el ISIS K, la fracción local del Daesh que está enfrentada obviamente con los miembros de la OTAN pero también con el talibán. En esos ataques, ocurridos el jueves 26 de agosto, también perdieron la vida unos 13 soldados norteamericanos. Y así esta retirada, tan mal organizada, terminó golpeando aún más la alicaída imagen del presidente de los Estados Unidos.
Así, tras dos décadas de la guerra más larga de la principal potencia del Mundo, hoy EE.UU. se vuelva a escapar por la puerta de atrás. Dejando muertes, miseria y dolor. Y permitiendo que el régimen talibán vuelva al poder y que el terrorismo del ISIS siga presente. Este nuevo fracaso pone en relieve las falencias de un sistema de pensamiento invasivo que desconoce las realidades, complejidades y necesidades de los ciudadanos de los lugares que ocupa. Y que busca imponer una forma de vida que, muchas veces, mantiene un abismo con los paradigmas locales. La pregunta es si esta nueva derrota es la última. O si vendrán otras.
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