Con la caída de Pedro Castillo, hubo 6 presidentes en 4 años en un país donde el Congreso parece digitar todo. En el medio, hay una fuerte represión policial. Qué hay detrás de la crisis.
Por Gabriel Michi *
(Desde Lima)
Hay pocos trabajos más inestables en el Mundo que el ser Presidente de Perú. Lejos de cualquier ironía eso es lo que demuestra la historia reciente. En los últimos 4 años hubo 6 Presidentes. Y eso, por ilógico parezca, tiene una explicación. O, más bien, más que una explicación tiene un actor determinante: el todopoderoso Congreso nacional. Desde ahí se han impuesto con una frecuencia inusitada los procesos de “vacancia” –destitución- contra los primeros mandatarios. Más allá de que desde los papeles Perú es un papel presidencialista en los hechos concretos funciona como un sistema parlamentario, donde los legisladores –incluso de la oposición- lograron mostrar más poder que el propio Poder Ejecutivo. El último caso que demuestra esto es el que ocurrió con el ahora ex presidente Pedro Castillo que fue destituido esta semana por el Congreso. Asumió en su lugar su Vicepresidenta, Dina Boluarte, convirtiéndose así en la primera mujer en la historia peruana en ocupar ese lugar.
Ahora bien, fue el propio Castillo el que precipitó su caída. Si bien los ataques y las denuncias permanentes fueron el común denominador de este año y medio de gobierno de este docente de izquierda, lo concreto es que su anuncio –el 7 de diciembre- de que cerraba el Congreso, declaraba el "Estado de Excepción" para gobernar por decreto, establecer el "Estado de Sitio" y convocar a elecciones constituyentes para reformar la Carta Magna y cambiar la lógica y composición del Parlamento, fue la gota que rebalsó el vaso o la excusa que necesitaron los diputados para echarlo del poder. Ni bien se hizo público el mensaje de Pedro Castillo, comenzaron a renunciar todos sus ministros en catarata y señalaron que ellos no compartían ni estaban informados de este pretendido “Golpe de Estado” por parte del propio Presidente. Castillo se quedó solo y entendió inmediatamente lo que eso significaba. Entonces corrió a refugiarse con su familia en la Embajada de México en Lima. Pero en el medio de ese trayecto, el Congreso se reunió de emergencia y aprobó la “vacancia” del Presidente por 101 votos a favor, 6 en contra y 10 abstenciones, es decir, muchos más que los 87 que se necesitaban y una clara señal de que muchos legisladores propios le habían soltado la mano. En ese momento en que Castillo resultó destituido, la propia custodia presidencial que lo estaba trasladando hacia la sede diplomática mexicana recibió la orden de detenerlo bajo la figura de “sedición”. Y así ocurrió. El ya ex presidente fue llevado detenido primero a la Prefectura de Lima, luego trasladado al cuartel Los Cibeles para finalmente recalar en la sede de DIROES (Dirección de Operaciones Especiales de la Policía), en Ate, a poco más de una hora del centro de Lima. En esa misma gigantezca dependencia policial –que tiene una cárcel dentro- está preso también el ex presidente Alberto Fujimori, paradójicamente un hombre ubicado en el extremo ideológico opuesto de Castillo y sobre quien también pesa el fantasma de haber dado lo que se llama un "autogolpe" (disolviendo el Congreso) en 1992. Esas tres horas febriles que transcurrieron entre el anuncio de Castillo y su posterior destitución y detención fueron una muestra más del convulsionado clima político y la inestabilidad de Perú.
Rápidamente su vicepresidenta Dina Boluarte aceptó la designación para ocupar el sillón presidencial con el apoyo de legisladores del propio partido de Castillo (Perú Libre) y de la oposición, con quien se comprometió a armar un gobierno de coalición. La nueva Presidenta señaló que su pretensión es permanecer en el poder hasta julio de 2026, pero rápidamente distintos sectores salieron a marcarle la cancha diciendo que debería llamar a elecciones anticipadas.
Los seguidores de Castillo salieron masivamente a las calles de Lima y de las ciudades denunciando que Boluarte los había traicionado, que lo realizado por el Congreso era un "Golpe de Estado" y a exigir la inmediata libertad de su líder, la convocatoria a elecciones constituyentes y la inmediata disolución del Parlamento. Hubo cortes de rutas y marchas multitudinarias que en el caso de la capital peruana terminaron en una violenta represión por parte de la Policía, que dejó varios heridos y detenidos. Este cronista, junto con el camarógrafo Pablo Elisio, fueron testigos directos de la represión, mientras cubrían estos episodios como enviados especiales del canal de noticias argentino C5N. El bombardeo de gases lacrimógenos y los palazos de la Policía ocurrieron cuando los manifestantes intentaron llegar hasta el edificio del Parlamento, el más protegido –dentro de esta lógica de poder- en todo Perú. Los uniformados avanzaron con violencia sobre todo el que estuviera allí, incluso los trabajadores de prensa, como el equipo de C5N. Y después llevaron al represión hasta la propia Plaza San Martín –la más emblemática de Lima- desde donde había partido la marcha y que había sido el lugar de concentración –como lo es siempre en las protestas- donde los seguidores de Castillo se habían reunido pacíficamente. Mientras tanto, el clima de tensión creció ya que empezaron a llegar a Lima distintas columnas del interior de Perú en respaldo al ex Presidente y en reclamo de la disolución del Congreso.
Vale decir que la enorme inestabilidad que tienen los presidentes peruanos no sólo se refleja en la cantidad de presidentes que han pasado por el poder en tan poco tiempo. Sino también en el destino de muchos de ellos que terminan con problemas judiciales y muchas veces detenidos. Sólo para graficarlo; Alejandro Toledo (2001-2006) está bajo arresto domiciliario en Estados Unidos a la espera de extradición; Alan García, quien gobernó entre 1985 y 1990 y luego entre 2006 y 2011, se suicidó en 2019 pocos minutos antes de ser detenido mientras era investigado por los presuntos sobornos recibidos de la constructora brasileña Odebrecht; Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018) también fue sometido a cárcel domiciliaria y Ollanta Humala (2011-2016) cumplió prisión preventiva y está enjuiciado por lavado de activos. Como se dijo, en la cárcel de DIROES –hasta la llegada de Castillo- sólo había un detenido: el ex presidente Alberto Fujimori (1990-2000) quien fue condenado a 25 años por corrupción y por su responsabilidad en 25 asesinatos ocurridos durante su gobierno. Permanece en ese lugar desde 2007. Entre 2017 y 2018 allí estuvo preso también Ollanta Humala.
En cuanto a los presidentes que cayeron en los últimos años figuran, además del propio Castillo, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Manuel Merino y Francisco Sagasti. La permanente puja entre un Congreso todopoderoso (responsable a su vez de la validación de ministros y la designación de altos cargos en puestos centrales del control estatal) y un Poder Ejecutivo debilitado y amenazado permanentemente por el Parlamento, más allá de las propios errores que claramente los distintos presidentes han cometido, es lo que más grafica el endeble y caótico escenario político peruano.
Esta compleja situación tiene su origen en la Constitución Política del Perú -sancionada en 1993 durante el gobierno de Alberto Fujimori- y que señala que la Presidencia de la República quedará vacante cuando haya una "permanente incapacidad moral o física, declarada por el Congreso", algo que fue lo que se volvió a aplicar ahora con Castillo. Con esa redacción se habilitó semejante poder plenipotenciario del Parlamento unicameral que , configurando minorías circunstanciales, pone en jaque permanente al Poder Ejecutivo. El propio Castillo iba a ser sometido al tercer intento de “vacancia” por parte del Congreso el día en que se precipitó a anunciar el "Estado de Excepción" (aunque no estaban los votos necesarios) en un gravísimo hecho que lo catapultó fuera del poder y hasta la cárcel.
En el medio la figura que distintos sectores señalan como la principal responsable de esta inestabilidad permanente es la legisladora Keiko Fujimori, quien compitió en varias ocasiones por la Presidencia pero que siempre fue derrotada en los ballotages. La hija del ex presidente preso parece ser un poder detrás del poder y quien puede digitar, aún en minoría, la caída de los presidentes. En este caso Castillo corría con la desventaja no sólo de varios errores cometidos en su año y medio de gestión sino también en un debilitamiento de su figura que había perdido muchos aliados, debiendo cambiar su gabinete en varias ocasiones. Pero también el hecho de representar a sectores populares desclasados y enfrentarse a las elites políticas y económicas del país –las que detentan el poder permanente- lo convirtieron en el blanco predilecto de esos grupos. En un Perú donde, encima, las Presidencias son imposibles.
(*) Enviado especial de C5N a Perú, junto al camarógrafo Pablo Elisio.
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