Hace 30 días terroristas de Hamás atacaron Israel. Más de 1.500 milicianos cruzaron la frontera de la Franja de Gaza asesinando y secuestrando a cientos de personas. Hoy las familias argentinas piden por aquellos que permanecen como rehenes. Sus historias.
Por Gabriel Michi
Desde Israel
Enviado especial de C5N
Escuchar hablar de "desaparecidos" para la sociedad argentina es algo lacerante. Rememora la peor noche de la historia del país. Y, pese a que les cueste, ese es el término que han acuñado las familias de aquellos que desde hace un mes faltan de sus casas. Porque ese es el tiempo que ha pasado desde que terroristas de Hamás atravesaron las fronteras de la Franja de Gaza, se metieron en territorio israelí y cometieron todo tipo de crímenes. Entre ellos los asesinatos y secuestros. En el caso de los argentinos hubo hasta el momento 9 muertos y 21 raptados. Y cada dìa que pasa agiganta las heridas y la incertidumbre de sus familias. Así lo pudimos reflejar con el equipo de C5N (el camarógrafo Ezequiel Pizzuto, el fixer local Shlomo Slutzky y quien escribe estas líneas) durante la cobertura de una guerra cuyo actual capítulo se inicio ese trágico 7 de octubre -del que ahora se cumple un mes- pero que remite a conflictos que datan de siglos y cuyo final es indescifrable.
Hay muchas familias que hoy sufren ese desgarro. Y a varias de ellas las entrevistamos en sus hogares en Isral. Tal fue el caso de Romina Shvalb, quien desde ese 7 de octubre no sabe nada de si hermana Karina Engelbert (51), quien junto a su marida Ronen (54) y sus hijas Mika (18) y Yuval (11) fueron secuestrados por Hamás ese tágico día en el kibutz Nir Oz, de donde se llevaron a la mitad de los argentinos que hoy permenacen como rehenes del grupo terrorista. Aquel sábado a la mañaña, las hermanas se hablababan por teléfono relatándose que había personas que hablaban árabe y que estaban circulando por los alrededores de ambas casas mientras se escuchaban tiros. En el caso de Karina eso ocurría en el kibutz de Nir Oz, a tan sólo 1,5 kilómetros de la Franja de Gaza. Pero eso mismo se repetía en las calles de Okafim, donde vive Romina con su familia y que, a más de 40 kilómetros de la frontera, fue la ciudad más lejana que atacaron los terroristas de Hamás ese 7 de octubre.
"Mi hermana Karina vive en la primera línea del kibutz, muy cerca de la frontera. Lo que sabemos es que entraron muchísimos terroristas y empezaron a pasar casa por casa, a matar gente, a sacar gente de las casas; que incluso quemaron casas con gente adentro, con niños, con bebés. Hay muchos que no saben qué pasa con ellos", cuenta Romina con su voz quebrada. En su casa, ella fue golpeada no sólo por el secuestro de su familia sino porque a la mayoría de los habitantes del kibutz -poco más de 300 personas- los conoce porque hace 10 años que trabaja allí como maestra jardinera, además de haber vivido en ese lugar. Incluso a la familia Silberman-Bibas, que se encuentran secuestradas, aunque en los últimos tiempos se confirmó que uno de ellos, Juan Carlos, murió en manos de Hamás.
"Yo me siento que estoy en un pesadilla de la que no lo puedo despertar", describe Romina que no deja de mirar lo que dicen los medios de comunicación y las redes sociales para ver si consigue alguna información sobre su hermana Karina y el resto de la familia.
- ¿Qué crees que va a pasar?
- ¿Qué creo que va a pasar? No quiero pensar en eso. Quiero creer que mi hermana y mi familia y toda la gente que está, van a volver.
- ¿Tenés esperanza todavía?
- Se me está acabando, se me está acabando la esperanza.
Romina asegura que nunca se imaginó que podría ocurrir algo así aunque "a veces yo sí tenía miedo. Por ejemplo con el tema de los túneles (de Hamás)... que alguien entre. Bueno, pero podía haber entrado uno, dos, tres, pero no tantos como entraron. No tantos como lo hicieron ese día. Y mi miedo siempre era, cuando vivía ahí, a dónde poner a mis hijas, si alguien entraba. Y después también siguió el miedo cuando pensaba a dónde meter a todos los chicos del jardín. Tenés que preocuparte por tu familia y por los chicos que tenías bajo tu cuidado".
- ¿Qué instrucciones tenías si pasaba algo, aunque no fuera algo así?
- Si hay sirenas, tenemos que entrar a la zona protegida y estar con los chicos y cantarles y hacerles que estén contentos para que no se asusten. No pueden salir por nada del mundo y los tenemos que dejar en el jardín. Pero eso, en diez años, pasó una o dos veces.
Romina enumera además la gran cantidad de daño material que dejaron los terroristas. Nada quedo del comedor donde se realizaban las reunios comunitarias, las fiestas y los cumpleaños. Ni de la cocina común. Ni de la ambulancia del lugar. "Todo, todo lo que pudieron arruinar lo hicieron, todo. Fue con un grado de sadismo fenomenal.Quemaron gente adentro de las casas, que se encerraron para no ser abatidos y terminaron siendo quemados adentro".
Pero al dolor y desgarro de Romina se suma un dato dramático. Su hermana Karina estaba en tratamiento contra el cáncer y su cuñado Ronen es diabético. "Es algo también que me preocupa mucho. Mi hermana peleó para empezar a salir de la enfermedad con las operaciones que tuvo. Peleó como una leona para salir de eso y ahora está peleando por su vida y la vida de sus hijos. Es muy duro", confiesa.
- ¿Qué mensaje querrías dar?
- Tenemos que tener fe que van a venir. Y a todo el mundo que me puedan escuchar le pido que me traten de ayudar a traer a mi familia.
Otro testimonio también desgarrador es el de Itzik Horn, quien desde el primer día está buscando noticas de sus hijos Yair y Eitan Horn, quienes también desaparecieron del kibutz Nir Oz cuando esa mañana del 7 de octubre ingresaron los terroristas de Hamás. Itzik debió abandonar su casa en Sderot (ciudad a sólo un kilómetro de Gaza) ya que esa urbe fue vaciada por el Ejército luego de que ese sábado los terroristas ingresaran y en sus calles acribillaran a decenas de personas antes de tomar la Central de Policía adonde fueron abatidos después de hora de combate. Hoy este hombre se instaló en Ashkelón, otra ciudad en donde justamente no se vive con mucha tranquilidad ya que las sirenas suenan en forma permanente por los lamnzamientos de cohetes desde la Franja (a tan sólo 13 kilómetros de allí).
- ¿Qué saben de tus hijos?
- Nosotros presumimos que están secuestrados. No tenemos ningún tipo de información oficial. El sábado, cuando ingresaron los terroristas, la televisión avisó que entraron al kibbutz donde vive el mayor de mis hijos (Yair, porque Eitan estaba sólo de visita), que está pegado al alambrado, a la frontera. No había comunicaciones. Cuando dijeron que el Ejército ya había tomado el control total del kibbutz, empecé a llamar y no contestaba, no contestaba, no contestaba. Pero no había comunicación, ni luz, ni Internet. Al día siguiente, insistí en llamar y tampoco contestó.
Ya para ese entoces Itzik tenía una corazonada. Corazonada que hasta ese momento se centraba sólo en uno de sus hijos, ya que él no sabía que el segundo también estaba allí. Entonces llamó al mejor amigo de Yair que le respondió: "no están". Y allí se enteró que Eitan (que vivía en otro kibutz, en Kfar Aza) había ido a pasar el fin de semana a la casa de su hermano. Su interlocutor le señaló: "No los encontramos"...
- ¿Qué quiere decir no los encontramos? - preguntó Itzik
- No, no los encontramos- respondió acongojado el amigo de su hijo.
"Yo entendí muy bien qué quiere decir no los encontramos. Pero uno quería negar lo que te dicen en ese momento. A la tercera vez me cayó la ficha. Me dijeron que habían buscado en el kibutz y no estaban. Entre los cadáveres que habían y pudieron reconocer, no estaban. Escondidos, no estaban. Entomces, empezamos el operativo en los hospitales y tampoco los encontramos. Y dijimos, por descarte, que los raptaron. En las películas que esta banda de asesinos subió a las redes, se ve gente que se las llevan. A los chicos no los vimos, lamentablemente, no los pudimos ver", cuenta este padre que hoy está jubilado pero que fue un docente muy querido en la Argentina.
A Itzik Horn la incertidumbre por no saber nada del destino de sus hijos no lo deja dormir. "Yo estoy esperando que alguien me llame, ¿sabés qué? Pensemos lo peor, pero que me diga, señor Horn, ¿sus hijos? No están, están muertos. Bueno, por lo menos sé que tengo los que enterrar".
- ¿Llegó a ese nivel de esperar eso?
- Es que no sé nada. Y si me llaman y me dicen que Hamás los tiene, tampoco hay garantía de nada. Porque si los tienen Hamás, no son prisioneros del ejército de Suecia, digamos, que respetan la Convención de Ginebra y todas esas cosas, que respeten los derechos de los prisioneros. ¿Ellos van a respetar los derechos humanos después de que entraron y mataron más de mil personas?.
En la entrevista le preguntamos a Itzik Horn sobre la posibilidad de que una incursión terrestre con todo por parte de Israel sobre la Franja de Gaza pueda poner en peligro a los rehenes que aún permanecen en manos del Hamás y entre los que estarían sus dos hijos. Algo que divide las aguas de los israelíes.
- ¿Cuál es su posición al respecto?
- Lo que vos me preguntaste es lo mismo que preguntarme a quién quiero más, si a mi papá o a mi mamá. Mirá, entrar a Gaza en forma terrestre es dejar de lado el tema de los rehenes. Antes, que no había rehenes, también era una trampa, porque está todo minado. Y aparte es un laberinto (...) La Villa 31, al lado de eso, es Palermo Chico. Y los están esperando. Ahora, tampoco tenés ninguna garantía que empiecen a exigir un intercambio de prisioneros -algo a lo q ue Israel se va a oponer- y no empiecen a matar a los rehenes. Yo creo que también son cosas que deben estar sopesando.
Cuando se encaran estas conversaciones con familiares de secuestrados por Hamás y que aún permanecen desaparecidos, vuelve a la mente lo ocurrido con el soldado isralí Gilad Shalit que en 2011, tras permancer retenido cinco años por este grupo, fue intercambiado por casi 1.100 milicianos que estab en prisión. A ese ejemplo y esa esperanza se abrazan estas familias hoy en día. "Acá van a pedir hasta por los que están presos en el Congo", ironiza antes de señalar: "Si se calcula que hay 10 mil milicianos de Hamás presos en Israel, ¿no van a poder pedir por todos?". Itzik cree que sí. Pero señala que quiere la liberación de sus hijos aún así: "Si para rescatar a mis hijos hay que sacar de la cárcel 5.000 presas para este año, sacalos. Si igual tarda temprano, después van a volver a caer en la cárcel". Aunque duda de lo que pueda hacer Hamás: "Los rehenes no están en manos de un ejército. Están en manos del ISIS. Están en manos de fanáticos. Están en manos de gente que lo único que quiere es la desaparición del Estado de Israel".
- ¿Qué mensaje le trasmitiría a sus hijos y a sus secuestradores?
- Con los secuestradores yo no tengo lo que hablar... A mis hijos les diría que tengan confianza. Que en algún momento van a volver a casa. Que esa es una esperanza que yo también tengo y es lo que me mantiene vivo. La verdad es que la situación es desesperante.
Entre las historias de desgarros y ausencias está también la de Ron Sherman, un chico de 19 años que estaba en una base de las Fuerzas Armadas cumpliendo el Servcio Militar Obligatorio cuando el grupo de terroristas de Hamás entró, asesinó a los que estaba de guardia y se lo llevó como rehén junto con otros dos "colimbas". El padre de Ron, Alex, nos recibió en su casa de Lehavim y allí compartió su conmovedor testimonio que, acompañado por las terribles imágenes del momento del secuestro y del emocionante video de su tío León Gieco pidiendo por el chico, estremeció a todos.
- ¿Qué fue lo que pasó ese sábado 7 de octubre?
- Ese sábado a la mañana él estaba durmiendo, cuando empezó el bombardeo, y en ese entonces nos llamó. El teléfono nos despertó; estábamos mi mujer y yo, y empezamos en vivo a ver exactamente cómo se desarrolla todo, minuto a minuto. Ron nos empezó a decir que había muchas explosiones. Él pensaba que eran bombardeos, como siempre, pero era mucho más fuerte esta vez. Hasta que empezó a darse cuenta que había gente que estaba dentro de la Base, y que había tiros. Y empezó a escuchar también gritos, órdenes en árabe. Entonces, en ese momento le dice a la mamá: "acá hay de Hamás; están adentro de la base; no puedo hablar más; te llamo dentro de un segundito". Entonces él empezó a mandarnos WhatsApp. Ahí está todo escrito, es impresionante. Después, en los últimos momentos nos dice que están al lado de la puerta. "Es el final, terminé, es mi fin. Los quiero mucho". Y eso es todo. Y desconectó el teléfono. Así nos quedamos los dos en ese momento. Eran a la mañana las 7 y 12 minutos, lo tengo grabado eso. Y con mi mujer nos quedamos petrificados. No sabíamos qué hacer... encendimos la televisión y no había nada. Así que estábamos seguros que ya no teníamos más a nuestro hijo y no sabíamos qué hacer. Completamente desorientados y en shock. Después de unas horas recibimos por familiares este video que ustedes mostraron, que muestra paso a paso todo lo que hacen los terroristas desde el momento que bajan del coche, cómo ocupan la Base, matan a los otros soldados, desconectan todo lo que sea la electrónica que estaba ahí, y después muestran a mi hijo....
Y continúa: : "De repente lo veo a él, y a otros dos muchachos; a mi hijo se lo ve pálido como nunca lo vi; tenía terror en la cara. Ese no es mi hijo, yo sé lo que estaba sintiendo en esos momentos. Lo maltratan un poco, le empujan y se lo llevan, pero por lo menos sé que estaba vivo en ese momento. Entonces eso fue una información para mí con un valor increíble. Yo dije a mi mujer que por esa información hubiese vendido a mi casa, que me den esa información solamente, que está vivo. De ese momento hasta hoy día, hasta este momento, nadie sabe lo que pasa con él. Pero yo creo que si se llevan vivo a un soldado israelí (mi hijo también tiene nacionalidad argentina, pero eso nadie sabe), por algo es... si no lo mataron en el momento porque no estaba armado, seguro por algo es".
Otra historia de dolor cuyas heridas están abiertas es la de Ofelia Feler de Roitman, una docente jubilada que fue herida y secuestrada por Hamás en su casa del kibutz de Nir Oz aquel siniestro 7 de octubre. En nuestra recorrida por ese lugar arrasado fuimos acompañados por Pablo Roitman, el hijo de Ofelia quien nos mostró la destrucción de la casa de su familia y los vestigios del horror, que incluían manchas de sangre, que quedaron por doquier. La suposición es que la mujer llegó a refugiarse en la habitación segura pero que fue alcanzada por los perdigones de la escopeta Kalashnikov que perforaron la puerta blindada. Así, herida, los terroristas de Hamás se llevaron a Ofelia. De ese ese kibutz los terroristas secuestraron a la mitad de los 21 argentinos que hoy permanecen en condición de "desaparecidos" y que fueron llevados por ese grupo hacia la Franja de Gaza.
Nir Oz es considerado uno de los kibutz con más latinos. Ellos representan un alto porcentaje de sus poco más de 300 habitantes. Por su cercanía con la frontera (sus campos terminan en el límite mismo) hay muchos habitantes de la Franja que diariamente llegaban a lugar para trabajar. Había una enorme y pacífica coincidencia entre israelíes y palestinos. Incluso la misma filosofía de vida de este kibutz (una especie de comunidad con ciertos conceptos extraídos del socialismo) buscaba la construcción de puentes entre ambos pueblos y la paz. Sin embargo fueron arrasados por el accionar criminal de los terroristas de Hamás esa mañana en que terminaban las festividades judías.
Esas horas de terror en Nir Oz dejaron 78 personas secuestradas (dos de ellas, Nurit Cooper y Yocheved Lifshitz, lograron ser liberadas), lo que representa a casi un tercio del total de raptados (alrededor de 240), y 26 asesinados (de 1.400) . Aquella mañana los residentes lucharon desesperadamente pero finalmente, después de más de diez horas sin defensa externa, sucumbieron ante el ataque terrorista. Pero no sólo fueron esos milicianos con sed de sangre los que arrasaron con todo. Después de la embestida asesina, centenares de personas (entre ellas mujeres y niños de la Franja de Gaza), saquearon y destrozaron casas, dejando al desnudo las enormes diferencias que dividen la frontera.
Con ese cuadro se encontró Pablo Roitman cuando después de varios días logró finalmente ingresar a la casa de donde se llevaron a su mamá Ofelia. Su padre, Héctor Roitman, se salvó de milagro porque en esos días permanecía internado en un hospital cercano ya que lo habían operado de cadera tras una caída en Cracovia, Polonia. Esa circunstancia salvó su vida y evitó que él también corra la misma (mala) suerte que su esposa Ofelia. "Mi papá está en rehabilitación y eso es lo que le salvó la vida. Pensábamos que tuvo mala suerte (por la caída), pero esa mala suerte después de ese sábado lo cambiamos por buena suerte, ¿no? De haber estado acá, mi papá, una persona enferma, seguramente no hubiese sobrevivido al ataque", explica Pablo. Hoy Héctor, al que entrevistamos en el hospital, también ruega desesperadamente que le devuelvan a Ofelia, su compañera de toda la vida. Esta mujer se convirtió en una de las caras más visibles de los secuestrados argentinos ya que su sobrino, el periodista deportivo Hernán Feler, organizó una campaña con personalidades muy reconocidas reclamando por su liberación y la del resto de los rehenes en manos del Hamás en la Franja de Gaza.
Según relata Pablo Roitman, todas las casas en estos lugares tienen estas habitaciones de seguridad pero que son "cuartos antimisiles, no son para cerrar herméticamente contra gente que viene a robar, saquear o matar. Son para explosiones y la seguridad de cerrarla (por dentro) no se tiene porque la idea es que, si pasa algo, pueden entrar de afuera para rescatar a la gente afectada por esos misiles. Hubo gente que pudo mantenerlas cerradas, que tuvo suficiente fuerza y las balas no accedieron adentro, y que por eso se pudo salvar". Es decir , las casa en estos kibutz cuentan con esas habitaciones de seguridad que están preparadas para las caídas de bombas pero no para la incursión de personas armadas como ocurrió en ese día.
Mientras muestra los rastros de la barbarie que los terroristas dejaron en la casa de sus padres, Pablo Roitman sostiene que actuaron con "total salvajismo; fue una masacre genocida, no se puede llamar de otra manera porque acá no hubo resistencia, no hubo soldados israelíes para dar combate. Se encontraron con gente, con niños, con ancianos, y vinieron a hacer salvajismo como ustedes pueden ver".
Frente al patio de la casa de los Roitman hay un alambrado que separa de los campos que el kibutz cultiva hasta la frontera. Es 1,5 km hasta la propia Franja de Gaza, cuya silueta separatoria se la ve a simple vista. De hecho, cuando nos asomamos allí el propio Pablo nos recomendó tomar recaudos porque quedamos a tiro de los francotiradores o de los lanzamientos de cohetes antitanques provenientes de Gaza. "Tengamos cuidado porque no estamos exentos de algún ataque", nos dice.
- ¿Previo a todo esto, no era un peligro para ellos estar tan cerca de la Franja de Gaza?
- Al fin y al cabo representaba un peligro... ahora lo sabemos. Pero la percepción o el sentir anterior nunca fue de peligro. Siempre hubo una seguridad que finalmente no existió.
- Si quisieras mandarle un mensaje a tu mamá e incluso a los captores, ¿qué le dirías?
- Que quiero saber que está bien... exijo que la liberen, que liberen a todos los secuestrados, y tenerla nuevamente con nosotros.
Las otras víctimas argentinas
Según los datos oficiales en Nir Oz, más allá de las dos personas que habían sido secuestradas y fueron liberadas (Nurit Cooper y Yocheved Lifshitz), otras 76 permanecen desaparecidas, además de las 26 que fueron asesinadas por Hamás aquel siniestro 7 de octubre. Entre los secuestrados argentinos (y sus familias) en Nir Oz figuran Ofelia Feler de Roitman, los hermanos Yair y Eitan Horn (a su padre Itzik lo entrevistamos en Ashkelón), la cordobesa Karina Engelbert (que fue raptada junto a su marido Ronen y dos de sus hijos, Mika (19) y Yuval (11), y de quien supimos la historia por su hermana Romina), la familia Bibas/Silberman (Ron, Shiri, Ariel, Kfir -de apenas 9 meses, el rehén más pequeño), la familia Cunio (los hermanos Ariel y David, y su esposa Sharon, y sus hijas Julie y Emma) y los Aloni (Danielle y Emilia).
En tanto, entre los asesinados figura José Luis Silberman, de 67 años, quien en principio se pensó que había sido secuestrado por los terroristas junto a su esposa peruana Margit, su hija Shiri, su yerno Yaden y sus nietos Ariel, de tres años, y Kfir, el bebé mencionado de 9 meses.
Nir Oz no fue el único kibutz donde hubo secuestros de argentinos. En Nir Yitzhak, raptaron a Clara Marman (63), su pareja, Luis Har (70); su hermano, Fernando Marman (60) y su hermana, Gabriela Leimberg (59) y su sobrina Mia Leimberg (17). En ese mismo lugar fue llevado como rehén Lior Rudaeff (61), un argentino que estaba a cargo de la seguridad del kibutz junto a otras personas cuando se produjo el ataque. A eso hay que agregar el secuestro del joven Ron Sherman, sobrino de León Gieco, que fue raptado cuando estaba en una base donde realizaba el Servicio Militar Obligatorio. En total se habla de 21 argentinos que se encuentran como rehenes (casi el 10% del total de secuestrados, sin contar sus familiares directos que están en esa misma condición) y 9 que fueron asesinados: Matías Burstein (41 años), Rodolfo Fabián Skariszewski (56), Ronit Rudman (55), Roland Sultán, Abi Korin, Silvia Mirensky (80), Tair Bira, Tahel Bira, Laura Jazmín Kofman y el mencionado José Luis Silberman (67).
Pero no sólo hay argentinos en esta situación. Los familiares de los más de 240 rehenes vienen protagonizando una lucha incesante desde el primer día no sólo reclamando al Hamás que libere a sus seres queridos sino también exigiéndole al gobierno de Benjamín Netanyahu que negocie para que ellos puedan volver sanos y salvos a sus hogares. Esa demanda se ha convertido también en un freno para que el Ejército de Israel no encare una misión que arrase la Franja de Gaza y pueda conducir a la muerte de los secuestrados. Las protestas que se vienen repitiendo frente al Ministerio de Defensa tuvieron réplicas en distintos lugares del país y del Mundo. E incluso expresiones como la que se dio frente al Museo de Arte de Tel Aviv donde una extensa mesa con más de 200 sillas vacías constituyó una de las muestras más contundentes de lo que significan esa ausencias.
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